miércoles, 13 de enero de 2010

recoger amapolas


Hace tiempo que escribí que fútbol es más que fútbol. No es sólo un juego entre dos equipos de once jugadores corriendo detrás de un balón para meterlo en una portería. Aunque pueda parecerlo. Hay mismo quien dice que el fútbol es la prolongación de la guerra por medios pacíficos. No hay que excagerar pero tampoco sólo hace falta echarle un vistazo a cualquier Argentina-Inglaterra para darse cuenta de que detrás de determinados enfrentamientos hay algo más que un simple deporte convertido en el negocio más influyente del planeta. El opio del pueblo, como la religión para Marx, lo califican sus detractores. Yo prefiero jugarlo más que verlo, la verdad, más que nada porque el 80% de los partidos suelen ser bastante insoportables de no existir algún incentivo externo que te haga estar pegado a una pantalla durante más o menos hora y media cuando en realidad no hay más que 3 puntos en juego. Para mí estos incentivos suelen venir de la mano de cervezas y colegas. En compañía siempre sienta mejor ya que el futbol no es precisamente un deporte para onanistas.

Que es algo más que un simple juego lo demuestran cosas como la anterior reseñada o esta por poner otro ejemplo. Lo que más me apasiona del fútbol son sus personajes y, dentro de llos, los que caminan por el lado oscuro, sus poetas, trágicos y geniales, odiados y amados a partes iguales. El más grande, no cabe duda y en todos los sentidos fue dios. El mejor de la historia. Cualquier comparación no se aguanta. Está en el recuerdo como jugador de dibujos animados, y también como el mayor bocazas de todos los tiempos mientras hace méritos, últimamente, en su carrera para convertirse en el peor técnico vivo de la mano de su querida albiceleste. Nadie es perfecto y su imperfección es precisamente lo que lo hace grande frente a la corrección polítca y aburrida de otros ilustres como Pelé.

Últimamente escasean los poetas del fútbol, especialmente si miramos a épocas pasadas donde Best campaba a sus anchas y Mágico González daba lecciones enfundado de amarillo antes de volver a conducir un taxi de vuelta a su Salvador natal. Sólo un genio como el irlandés podría haber confesado en 1969 haber dejado las mujeres y el alcohol, para luego decir que habían sido "los peores veinte minutos de su vida", o decir que "si hubiese nacido feo, no habríais oído hablar de Pelé", al tiempo de vanagloriarse de haber "gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y coches. El resto lo he despilfarrado". No quedan y es una pena en un mundo dominado por la estupidez estética de Cristianos Ronaldos que, a parte de bicicletas y controles mirando a la cámara, poca o ninguna emoción consigue transmitir. Por lo menos a mí, que soy así de raro.

Hay algunos que lo intentan y, por eso, me caen bien, Es el caso de Guti, probablemente uno de los futbolistas más dotados de su generación y que por razones de carácter y nacionalidad pasará sin pena ni gloria a los anales excepto para aquellos que amamos el lado salvaje de la parafernalia futbolística. Odiado y amado a partes iguales nadie acapara más insultos y elogios al pisar un campo de fútbol y casi nadie le iguala en clase sobre un césped. Eso, claro, cuando se levanta con ganas de jugar y de no malgastar su tiempo en discotecas, en salones de peluquería y tatuajes. Ayer reapareció ante un micrófono despues de un par de meses alejado de los focos que, pese a que no lo reconozca, le encantan y lo hizo como es él, destilando chulería. Genio y figura merecedor, a partes iguales de una sonrisa y de una ostia como las que nos repartía el padre Miguel en catequésis, cuando un de nosotros se pasaba de listo. Guti fue capaz de confesar en Marca su cristiandad tatuada para, acto seguido, mandar a tomar por culo a su entrenador, encender las alarmas en un Madrid que no las tiene todas consigo con San Kaká, y reconocer que sus gustos son los que son por una simple cuestión de edad. Se fue castigado a la grada, pena a la que le siguió, hasta el pasado fin de semana una dudosa lesión. No es la primera vez, ni será la última. Ayer, ante el micro se encaró con los periodistas, a los que siempre gusta de devolver la tocada de cojones, los mandó de excursión a coger amapolas. Con una sonrisa. Con la misma mueca de niño consentido con la que lleva casi una década en la Casa Blanca pese desmintiendo a quienes, una y otra vez, vaticinan su marcha una vez que la gota ha colmado el vaso. Por el momento habrá que esperar. Como esperar habrá, a que un día de estos, cualquiera, vuelva a arreglar un entuerto blanco con dos magistrales pases de gol, sin tacones, sin mirar a la grada, en la corona del área. Tras lo cual, pensará. Ahí tenéis cabrones. Aplaudir e iros a tomar por el culo.

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