lunes, 25 de enero de 2010

apaga y vámonos


(Official White House photo by Pete Souza)

Dicen los analistas que el triunfo de El hombre más sexy de América en Massachusetts casi ha dejado en la cuneta la ansiada (por Obama) reforma sanitaria en EEUU. Tras el asalto consumado de Scott Brown al escaño de Ted Kennedy, los demócratas pierden la mayoría que tenían en el Senado. Así las cosas, los republicanos se hacen con 41 escaños en la máxima cámara de decisión de EEUU. Esta cifra los dota de un inmenso poder. No pueden aprobar nada, pero sí bloquear prácticamente todo. Es lo que se conoce el la jerga política estadounidense como el filibusterismo. Sin esos 60 votos, ningún proyecto de ley demócrata puede ser enviado a la Cámara alta aunque haya sido aprobado en comisión. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido. Brown se convierte en el senador republicano número 41 y priva a los demócratas de esa supermayoría cualificada de los 60, vital para sacar adelante cualquier proyecto legislativo, incluida la reforma sanitaria. Golpe mortal hasta el punto de que hay quien dice que la agenda de cambios del presidente se ha detenido. Veremos.

Lo cierto es que más que un balance, después del primer año de mandato del afroamericano, lo que aparece son enanos a la espera de que Obama se la pegue. Si esto es cierto, como sospecho, el panorama resulta cuando menos, desalentador. Y el mensaje claro. El sistema es una gran bola de mierda a la que no se le puede poner freno. Y lo que es peor, cualquier intento de hacerlo conlleva automáticamente una descalificación. Es lo que le está pasando a Obama en lo que ya es su semana horribilis. Después de que un joven Clinton derrotase a Bush padre en 1992, a algún ideólogo republicano se le dio por decir que la culpa había sido de la economía. No valía una guerra victoriosa para ganar unas elecciones. "Es la economía, estúpido", una de esas grandes frases que figuran en los anales de la comunicación pulítica de los últimos años. Y a la economía parece que, por fín, va a mirar Obama. Por eso su declaración de guerra a la gran banca: "If these folks want a fight, it’s a fight I’m ready to have,” (Si quieren una guerra, van a tener una guerra, estoy listo). Ocurre que que el presidente de EEUU trate de poner un poco de orden en el gran casino sin reglas en el que los grandes bancos han convertido es sistema financiero mundial provocando la mayor crisis desde el 29, no ha gustado mucho en los parqués y en los salones más conservadores. Era de esperar. Lo que ya no lo era tanto es que para una vez que alguien se atreve a decir basta, siendo el presidente de EEUU, lo que ya es una novedad, algo que no han hecho ninguno de los líderes europeos que se pueden llamar socialistas, le llueven las críticas. Algo de pecado debe de tener porque hasta al propio Obama le han colgado el sambenito de populista. Un epíteto con connotaciones negativas y, hasta el momento, reservado a especímenes como Chávez o Evo Morales. Lo más parecido al anticristo para los neocons de aquí y de allá. Y eso que la cabeza pensante de todo el plan es un tal Paul Volcker, un claro comunista como todos sabemos. Hay que joderse, hablando clarito meridiano.

Supongo que la última queja de Obama denunciando la vía libre concedida por el Supremo a lobbys y grandes grupos para poner y quitar presidentes, como mínimo, es también otra pataleta populista.

Sólo falta que un día de estos, un iluminado ultraderechista, le meta una bala en la cabeza al presidente (en EEUU tienen costumbre raras) y los coros internacionales digan eso de que una vez más era de esperar. Por querer introducir cambios.

Apaga y vámonos.

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