miércoles, 12 de enero de 2011

marcianos

Ahora que parecen despejadas todas las incógnitas me ha dado por hacer cuentas. Tengo 31 y en un par de meses 32. Dos carreras y un máster. Seis años trabajados de los cuales solo dos cotizados. Los otros cuatro yo era negro. Lo normal, me dijo un día un tipo del INEM. En diciembre de 2009 me despidieron aunque tenía un contrato indefinido, de esos que el empresariado español tiene que empeñar un órgano vital para liquidar. Acabé el paro en diciembre de 2010, el mismo día en que los telediaros informan de que el dinero da la felicidad. No me quedan puertas a las que petar así que si he de trabajar 37 años podré montar en el autobús del Imserso con pensión completa allá por los 69 mes más bien arriba. Eso si antes no lo arreglan los extraterrestres aunque echando un vistazo a la sección de Internacional de los periódicos, con un poco de suerte, ya no hará falta que vengan desde tan lejos a ponernos la puntilla. A pesar del empeño que hemos puesto a lo largo de los siglos, matarnos es más difícil de lo que parece y hay quien ha alertado de que si mañana llegan los marcianos van a pillarnos en bragas, así que mejor que vayamos poniéndonos las pilas. A mí con las previsiones científicas me pasa lo que a J.K. Galbraith con las económicas: su única función es hacer que la astrología sea respetable. El último ha sido un tal Simon Conway Morris el que le ha dicho a la ONU, que si existen extraterrestres inteligentes "serán parecidos a los humanos", de manera que, "igual que se ha llegado a otros planetas" ellos tendrían que lograr "alcanzar la Tierra" en un breve periodo. Ya de entrada, esto es mucho advertir. Supone que los marcianos, de ser inteligentes, lo serán como nosotros. Considerar a la raza humana como inteligente daría para muchos y extensos debates pero lo que ya se pasa de galaxia es decir que igual que (nosotros) se ha llegado a otros planetas (sic), ellos (los otros) están al caer. A mi por llegar a otro planeta sólo me viene la Luna y no sé en qué lista de planetas aparece. De Marte por ahora estamos tan cerca como yo del desierto australiano: a un click de google en busca de una foto. Que un marciano lo mismo te sale príncipe que rana ya nos lo advirtieron Spielberg y Roland Emmerich. Aunque este último se pasó con lo de montar al presidente yankee en un caza para patearles el culo. Ambos, tipos listos, prefieren dedicarse a ganar pasta. Saben que decírselo a la ONU es más o menos como decírselo a mi madre. Creer en los marcianos es lo último que nos queda ya que los políticos, con la inestimable ayuda del mercado, se han cargado las ideologías. Por si fuera poco el jefe de la Iglesia S.A. parece empeñado en quitarle hierro al asunto. Después de que el infierno fuera un cuento chino para meter miedo a los niños pero luego no y el limbo un solar sin edificar, ahora es el purgatorio el que se ha quedado en pedo de cojones. A falta de sustancia, no me extrañaría que Benedicto XVI, como Raúl, acabase declarando un ERE. En todo caso, lo de los marcianos sería la de dios. Con ellos aterrizando en Majadahonda, ZP podría dar por terminada la crisis fijo. En espera de los marcianos yo prefiero recurrir de nuevo a Galbraith y aunque todo lo demás falle, siempre podemos asegurarnos la inmortalidad cometiendo algún error espectacular. Y a ver quién paga entoces las pensiones.

domingo, 9 de enero de 2011

esto es París


Octavo día sin humo en los bares. Una parte de la ciudadanía cree que, por fin, España ha entrado en Europa. La otra, cautiva y derrotada como el ejército rojo camino Francia, fuma su rencor en la puerta de los bares. Y lo que es peor: bajo la lluvia. Yo no puedo estar más contento con la nueva atmósfera. Es llegar a casa y ya no siento la necesidad de poner la ropa en cuarentena y con ella encender una fogata en la terraza. La situación no deja de ser graciosa. El otro día, una amiga encendió por despiste un cigarrillo dentro del bar. Alarmada, con el cigarrillo abriendo paso y llevada por el mismo diablo corrió hacia la puerta como si le acabara de prender fuego al local mientras gritaba: losientolosientolosiento joder... El ejército derrotado en la puerta no deja de protestar. La puta, parecemos apestados. No te quejes coño, respiras, tomas el aire cinco minutos y encima haces amigos. Con un poco de suerte hasta ligas. Los cojones, dice secándose las gotas de lluvia de la frente. No ligo dentro que está oscuro, voy a ligar a la luz de las farolas. La ley antitabaco ha hecho que los especímenes del español medio salgan de debajo de las piedras. Uno al que lo que le gusta (sic) es ponerse en una esquina de la barra y ponerse (sic) hasta el culo de cervezas y mis (sic) cigarros y que ahora ya no sabe que hacer de su vida, indignado avisa: hay que montarla, joder, es que mecagoenlaputa, la semana que viene vengo y la monto, hay que hablar con los sindicatos, es que mecagoenlaputa... Claro ejemplo del español medio capaz de cortarse las venas cada cinco minutos, montarla pero la semana que viene y luego... vamos a tomar otra cerveza. Los hosteleros, noticia, están indignado con la nueva ley. Los hay hasta visionarios. En unas semanas nadie hablará de la nueva ley. En unos meses todo serán ventajas. Las terrazas se multiplicarán como votantes del PP. Los ayuntamientos tendrán ingresos extra durante todo el año. Los vendedores de estufas tan contentos y los hosteleros: caja doble, dentro y fuera más suplemento por estar en la terraza. Y Santiago, siendo optimistas, ya se parecerá a París pero sin franceses. Desde que se ha ido el humo en los bares proliferan los niños. Las posibilidades de escuchar la frase: y vosotros cuando os animáis? se han multiplicado exponencialmente. Esta última semana ha sido un exceso. Mañana vuelve la normalidad a nuestras vidas y la cuesta de enero a las escaletas de los informativos. Veo en Intereconomía la enésima tertulia sobre la ley antitabaco de este gobierno prohibicionista que, dice una, quiere obligar a las mujeres a abortar. Pienso en su madre y la ocasión perdida. Un tipo advierte de que el pérfido ZP prohibe el tabaco pero no el alcohol que, dice, es lo que más mata a nuestros (sic) jóvenes, porque como todos sabéis (sic) nunca se ha bebeido tanto en España como ahora. Rememoro la niñez en casa de mi abuela: primera hora de la mañana copazo, media mañana copazo, antes de la matanza, copazo de caña, durante la matanza, copazo de caña, después de la matanza, copazo y los primeros botellines o vinos que hay donde elegir que es casa rica. Para comer copazos de vino, con el café ese aguardiente o ese coñac. A media tarde en la partida copazo, a la tardiña esas tazas y a la noche en la cena botella de vino que hay que ir para la cama. Cuando había obrero en casa: niño ve al bar de Muras a por una caja de cervezas. Una caja que el obrero, hombre de sed infinita, se la terminaba en lo que hacía un par de masas. Antes se bebía mucho menos sí, recalca el tertuliano. Por eso hace unos años que en las obras comenzaron a proliferar los controles de alcoholemia. España y olé.

miércoles, 5 de enero de 2011

la revolución

Esto ya ni con la revolución lo salvamos.

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Usted haga la trampa que después nosotros ya nos ocuparemos de la ley.

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Alguien habló de que el apocalipsis se esperaba para 2012. Hay quien ya ve hasta las señales.