martes, 16 de marzo de 2010

pelotas

Me pasa con el fútbol lo que con el tema. Que prefiero practicarlo en directo que verlo a través de la pantalla. Llámenme individualista si quieren. Creo que soy de naturaleza tranquila salvo cuando hay un balón de por medio. Me han expulsado tres veces. En dos de ellas le menté la madre al colegiado, ella, sin culpa ninguna de haber parido a un malnacido con gusto por los silbatos. En la tercera le abrí la cabeza al delantero de un equipo contrario. En mi descarga he de decir que hubo advertencia. A la próxima te abro la cabeza, le dije. No hizo caso e intentó rematar un córner y yo aproveché el balón dividido. Tres veces, siendo portero, es todo un logro. Recuerdo en otra ocasión a Txingurri Moledo, que hoy es cocinero en Fuerteventura pero que de aquella apuntaba al Roi como mejor bailarista mundial, cogiéndome de la pechera de vuelta a la portería gritando como poseso aquí el único que reparte las hostias soy yo. Acto seguido un tal Pimiento (al bautizar al fulano, el Roi tuvo uno de sus momentos de mayor lucidez, pero que nunca nadie comprendió) se comió parte del cemento de la pista del politécnico que en aquellos constituía uno de los polos de nuestros tiempos en en instituto. El otro eran las fiestas de barra libre de los viernes a 500 pesetas por cabeza. Pero esa es otra historia bien diferente que concluiría con el pie de Pet en una fuente pontevedresa.

Del fútbol, lo que más me gusta es su épica. Quizá por eso disfruté más esto que esto. Se me ponen los pelos de punta al ver Anfield y creo que sólo hay un dios verdadero que, como no podía ser de otra forma, peca de humano. Sólo lloré una vez por culpa del fútbol. Por culpa del fútbol, de un brasileño al que le temblaron las piernas y de un libre serbio que nunca jamás debió de estar allí. Me agarré tal berrinche que mi madre, que nunca entendió de cuestiones balompédicas y menos de romanticismo, me amenazó con castigarme lo que restaba de semana y mandarme a la cama con un par de reveses. Por el fútbol te vas a poner así, dijo, ni que tú comieses del, remachó, indiferente al hecho de que a la mañana siguiente era yo el único gallego que tenía que ir a clase en un instituto del barrio de San Pablo en Sevilla.

Años después cuando Galicia ganó la liga (juraría que ese fue el titular del día siguiente de LVdG) pero curiosamente no lo encuentro por ningún lado y sólo me sale este anodino) lo disfruté e un piso de San Pedro de Mezonzo, pero no fue lo mismo. Incluso me pareció fruto de la, a veces, obscena opinión de sí mismos que tienen los coruñeses. Unos años después me tocó vivirla en primera persona y acabé, no sin cierto sentimiento de culpabilidad, declarándome antideportivista. El tiempo todo lo cura y ahora considero un milagro cercano al de la multiplicación de los panes y los peces que el Dépor siga manteniendo un equipo en primera.

Hay un momento en la vida de todo nacido en este país en que tiene que tomar la gran decisión. Si no, otros la tomarán por tí. Barcelona o Real Madrid. En mi caso fueron las circunstancias y un 3-0 cantado por mi padre vengativamente mientras yo disfrutaba de un cálido y tranquilo baño con muñecos varios. Cada vez que un blanco acertaba a gol, mi viejo aparecía por el cuarto de baño desafiante. Ves, del Madrid, como tiene que ser, no del Barça. Una hora antes, mi padre se había tomado como una afrenta mi contestación y tú hijo qué vas a ser blanco o azulgrana. Yo con tres años para cuatro encontraba tremendamente aburrido la equipación blanca y me incliné por los colores. Fui azulgrana creo que durante tres horas en mi vida. Dejé de serlo cuando el colegiado puso punto y final a aquel 3-0 en el Bernabéu y mi padre volvió al baño. Ya hora qué?. Del Madrí, dije yo para darle el gusto. Allí murieron mis convicciones en cuestiones balompédicas. Después uno crece y lee y le entran los reparos. Incluso en algo tan irracional y arbitrario como es el fútbol. Hoy, no me disgusta que gane el Madrid pero sí me importa un huevo que la palme. A veces tengo sentimientos contradictorios. Me hace gracia y me da pena. No habrá más miércoles de Champions en casa de Carlos. La dictadura merengue no ofrece concesión alguna a partidos azulgranas.

Pude ser del Betis. Pero un vecino apareció antes, me llevó al fondo norte de Nervión y cerró cualquier futuro debate. Sevillista hasta la muerte. He visto a dios dar toques con una pelota de papel albal, a Suker enchufar uno de cada tres pases que recibía y a Zamorano hacerse pasar por futbolista para que llegara el Madrid, lo comprara sobrevalorado y se tirase meses sin meter un gol. En Nervión he visto a Robert Prosinečki llorar mientras la grada le gritaba feo para años después vestir su camiseta. Y allí he visto el mejor de los milagros. A Monchi pasar de ser el peor portero de la historia del fútbol a convetirse en el hacedor del equipo que es hoy. Y eso, pese a los ataques de ansiedad de Manolo Jiménez. Son estas cosas raras las que hacen del fútbol un deportespectáculo apasionante. Incluso para un tipo que desde jugador siempre estuvo en un ambiente hostil como Guardiola.

2 comentarios:

  1. Uno, que ha crecido mucho y ha leído más e irracionalmente tifa por el Madrid, se pregunta si no había un link más inteligente y sin tanto topicazo para subrayar la derrota merengue en Champions. Supongo que para la del Sevilla hilarás más fino.

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  2. hombre, ya que lo preguntas, podía haber malgastado el tiempo en escoger otro. Pero como no he leído más e irracionalmente tifa por el madrid que tú, he tirado por el camino más fácil. Otra vez será.

    recuerdo unas previas europeas jugadas en los veranos y con Cañizares de portero en las que la medida del ridículo venía de la mano de equipos punteros como el Rosemborg o algún que otro danés.

    con lo del Sevilla, lo más que tengo que decir es que a lo bueno es más fácil acostumbrarse y, en el momento que creas el monstruo, es más difícil todavía alimentarlo. Aún recuerdo a un tal Superdépor...

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