jueves, 11 de marzo de 2010

cuando mi madre paró al Papa

Yo una vez vi al Papa. A este no, al otro. No es coña. Tampoco fue por televisión, que por la tele lo tengo visto más de una vez, a este y al otro. La que recuerdo con mayor cariño fue cuando yo estaba en Ámsterdam y él (el otro) en Madrid, creo. Ahora que lo pienso puede que ni estuviera Madrid ni fuera por televisión. Qué quieren que les diga, uno no va a Amsterdam precisamente a ver al Papa por televisión aunque allí estaba yo, en Amsterdam, haciendome un peta, y el Papa en la tele. No salía de mi asombro al ver las hordas de jóvenes de blanco puro saludando al Santo Padre y portando pancartas que a mí, pueden decir que era preso de la marihuana, versión Santa María, (no es coña), me parecían más propias de una concentración a favor del amor libre en toda su plenitud que de la concordia beata cristiana. Pero allí estaba él y yo en un cochambroso sofá en el barrio turco de Ámsterdam con Pete imaginándonos las posibilidades que se abrirían para pillar en una concentración semejante de niñas monas y de buena familia. Lo que llamo yo un campo de minas lleno de morbo.

El caso es que la vez que vi al Papa, a este no, al otro, fue el 14 de junio de 1993 cuando se le dio por visitar Huelva y los lugares desde donde partió Colón para descubrir América. Es probable que incluso no lo viera más que de refilón o que sólo viera la silueta del Papamóvil porque la verdad ese días llevávamos un poco de prisa y como que no había mucho tiempo para paradas y besamanos. Nosotros vivíamos en Mazagón, al lado de la playa y a unos veinte kilómetros de la capital. En pleno triángulo Palos, Moguer, Huelva, foco de la visita papal. Mi hermano Sergio que siempre tuvo el don de la oportunidad para enfermar en el momento más inoportuno, que cuando era crío, era casi siempre se le ocurrió aquel día darle su particular bienvenida al pater con cuarenta de fiebre. Y no veas como se puso. Quiero decir mi madre que se pone hecha un basilisco aún hoy cuando nos oye estornudar, imagínate tu cuando el pequeño de la casa se levanta con cuarenta de fiebre y sudores fríos.

Vístete que nos vamos al hospital con el niño, me dijo. A medida que me ponía los pantalones escuchaba a mi madre hablar con la vecina y que esta le decía Mari que va a estar todo cortado no ves que está el Papa. Ni Papa ni la Virgen María le contestó mi madre a la vecina, fiel devota de la virgen del Rocío como todas las onubenses. En ese momento comprendí que se mascaba la tragedia.

En aquel tiempo no había móviles. Cuando escribo esto, en aquel tiempo no habñia móviles, parece que hablo así como del paleolítico pero es cierto. Hubo un timpo, no muy lejano, en el que no teníamos móviles. De hecho, creo que en la casa de alquiler donde vivíamos no había ni línea fija. Eso vino después cuando los abuelos empezaron a enfermar.

Y así, como quien no quiere la cosa allí estaba yo, en el asiento de atrás del 405 de mi padre camino del Hospital con mi madre conduciendo a toda hostia saltándose adelantando a las carrozas de fieles que se dirijían a ver al representante del jefe en la tierra. Y mi madre diciendo, cómo está el niño, bien, bien y ella llegamos llegamos cariño.

Alto, la guardia civil. Mi madre que frena en seco. Baja la ventanilla y el picoleto suelta, inconsciente, porque no conoce a mimadre con el crío enfermo: Señora, no puede continuar que llega la comitiva papal. Y para acabar de rematar su jugada dice, lleno de razón: Es que no ha visto las noticias? De lo que pasó después reuerdo dos cosas. Al guardia recogiendo el tricornio del suelo (de aquella todavía llevaban tricornio como dios manda), no porque mi madre e hubiera puesto violenta, sino porque los gritos de mi santa se convirtieron en una especie de fuerza centrífuga que, para mi, hoy utilizan en los túneles del viento para perfilar los F-1.
Por mi como si viene en procesión el santoral entero, el presidente del Gobierno y maría santísima montada en burra. Por mis narices que paso o no ve usted como está el niño con cuarenta de fiebre, o es que nos hemos vuelto locos todos!!!!!!! y bla, bla, bla.

Toda la escena pasó ante mis ojos con una rapidez extrema que solo pude desentrañar horas después de vuelta en casa mientras mi madre, con el crío en brazos, miraba en la tele las noticias de la visita del Papa a Huelva y, por lo bajo, repetía, el papa, el papa...

Después de eso vi al Papa. O una esquina del Papamóvil. Ya que delante nuestra se colocaron dos motos de la Guardia Civil con las sirenas puestas abriendo paso al 405 en el que íbamos nosotros. Yo me levante en el asiento de atrás para ver a toda la peña concentrada en los laterales de la carretera agitando banderitas españolas y pancartas de amor y gloria un tanto estúpias. Po un momento no me sentí como en Papa pero si como dios. Fue al ver como en uno de los cruces que daba a la carretera por donde íbamos nosotros se habían detenido a esperar que pasáramos otras motos un par de coches negros y, detrás, la nevera en la que iba el Papa, saludando.

Lo único que aprendí aquella vez son dos cosas: Mejor no conincidir con el Papa en la misma ciudad. El Papa le va a tocar los cojones a mi madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario