jueves, 10 de junio de 2010

mundial

Sin ser un fanático, me gusta el fútbol. Nadie es perfecto. También me gusta Ray Loriga y eso a pesar de que creo que es un pedante, de esos que citan una frase de otro, generalmente un escritor, cada dos frases aunque no peguen ni con cola. El Mundial de fútbol me apasiona. Lo sé porque desde hace días noto un cosquilleo que me sube por la espalda que no cesará hasta que el balón comience a rodar, mañana a las cuatro de la tarde, con el partido inaugural entre México y Sudáfrica. Durante la temporada, soy incapaz de ver un partido regular de Liga. A no ser que se trate del Madrid-Barcelona, o que alguno de éstos juegue con el Sevilla, en cuyo caso, si me pilla, no me importa verlo. Aunque parezca extraño, soy hincha sevillista y, ya se sabe (creo que lo dijo Galeano pero, aún a riesgo de pecar de Loriguismo, es pertinente) que uno puede cambiar de mujer, de religión e incluso de ideología, pero jamás puede cambiar de equipo de fútbol. Yo me hice del Sevilla por una razón tan arbitria como que a un amigo de mis padres se le ocurrió llevarme un día al Sánchez Pizjuán a ver un partido. Luego, la misma ocurrencia la tuvo un vecino que sólo vivía por el Sevilla y la Semana Santa. Años después supimos que también se desvivía por una amante. Tanto, que por sus caprichos metió la mano en la caja del banco donde trabajaba y acabó en chirona. Sí soy capaz de tragarme un Inglaterra-Estados Unidos, pongamos por caso. Un Mundial, como una Eurocopa, es diferente. Todo puede pasar, hasta que un antifútbol como Grecia consiga llevarse el trofeo a casa. El fútbol tiene también sus lados oscuro. El principal es que muchas veces no es justo y si no que se lo digan a la Holanda de Cruiff. Otro es el ver quién se mete la gran Hostia. Lo de España y la Hostia nunca tuvo ni puta gracia. Supongo que por eso se repetían tan a menudo. Últimamente, ese papel le corresponde a Francia, pese a que nos eliminó hace cuatro años y acabó plantándose en la final. En Sudáfrica vuelve a tener todas las papeletas después de su desastrosa Eurocopa y fase de clasificación. En el fondo, los galos salen con desventaja. Todos esperan, incluso parte de los franceses, la Hostia por ver la cara de su antipático seleccionador, Domenech, a ver si de esta se lo quitan de encima. Su caso es similar al de Clemente pero sin Chipre por el medio. Tengo recuerdos anteriores, casi como chispazos, por ejemplo de aquel 12-1 a Malta que, según mi madre, me lo pasé corriendo la distancia que separaba el salón de la cocina de la casa de Villar del Rey en Badajoz. Doce, uno por cada gol. Hasta un mendrugo como Poli acabó metiendo cuatro aquel día. Pero todo se clarifica sin oportunidad para la confusión en el Mundial de México 86. El gol de Michel que nunca fue y, por supuesto, los cuatro que le endosó a Dinamarca, Butragueño, un tipo que siempre me sacó de quicio. Luego, como siempre, llegó Bélgica, quien fuera es lo de menos, un equipo, un árbitro, o un defensa italiano, nos enviaron a casa. Suerte que aquel primer Mundial del que tengo recuerdo fuera también el mismo en el que dios decidió que la cancha era su territorio natural. A este, dicen que ha venido a buscar sucesor.

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