domingo, 13 de junio de 2010

la estética y el armario


Una de las cosas más interesantes de este Mundial es que coincida con una selección española en estado de gracia y el efecto que esto puede tener en la tortuosa relación que mitad del país ha mantenido con ella. Después de un periodo de hambruna que ha tenido mucho de maldición bíblica, los malos tiempos acabaron un 30 de junio de un 30 de junio de 2008. De esa Eurocopa guardaré siempre, más allá de la mítica final, con los cuartos ante Italia. Y, sobre todo, los buenos ratos pasados viendo el fútbol por la tele regados con abundante cerveza. Y las risas y los nervios y los abrazos. Fútbol y sólo fútbol.

El problema es que no lo es. Nada sale gratis. Cada vez que llega una competición internacional los fantasmas no tardan en salir del armario. Medio en broma pero en serio siempre he mantenido que todo sería mucho más fácil si en vez de ser de Galicia, Euskadi o Cataluña, nos hubiese tocado nacer, digamos, en Murcia (¿qué coño hay en Murcia además de pimientos y campos de golf?). Lo malo de ser una de las llamadas comunidades históricas --una de las etiquetas más vacías que ha dado de sí la sacrosanta Transición española--, es que el problema (esto es, cualquier cosa) se multiplica por cuatro. Si todo es política, aquí la política es cuatro veces asquerosa. Más allá de escoger entre derecha e izquierda, uno debe hacerlo entre nacionalista y no nacionalista, con los grises que le queramos poner, aparte. En lo que atañe a la selección, la Roja --eufemismo que resulta menos incómodo que la siempre incómoda palabra España--, ahora, es una gran bendita jodienda.

Todo era mucho más sencillo hace años. Primero, cuando había motivos importantes para ello. Alberti, gran futbolero, siempre quería que perdiera España "por facha", decía. El suyo era un argumento de peso, teniendo en cuenta lo que cargaban sobre las espaldas el poeta y los de su generación. Cuenta Benjamín Prado que un día, viendo un partido con Ángel González, otro poeta (no sé si tiene algo que ver), éste asturiano, le dijo: "Oye, eres un tío muy raro, te encanta el fútbol, ves un partido detrás de otro en televisión y, sin embargo, no eres de ningún equipo". El poeta, sin pensarlo y lleno de razón, le contestó: "Te equivocas, claro que tengo un equipo, yo soy del que juegue contra España". El pasado, simpre el mismo, pesaba sobre alguien que, sin embargo, carecía de problemática identitaria. Toda España era cañí y olía a rancia, a ajo y agua y a cura y sotana. Dios, toros y fútbol, la puta santísima trinidad de varias generaciones que aún paga la mía.

En nuestro caso, por la pura cuestión identitaria que nos toca vivir, lo de contra España mejor era fácil cuando la pelotita de los cojones no entraba. Recuerdo escoger equipo antes de que comenzara la competición de turno. Portugal, por cercanía y por joder, --más por lo segundo, ya que Portugal tampoco era garantía de nada--, y Argentina eran las soluciones más requeridas. Estaba Brasil. Pero siempre he considerado que apostar a caballo ganador, además de cobarde, denota una falta de elegancia sin igual. En mi caso, siempre preferí el romanticismo holandés y la fantasía kafkiana de Chekia. Por pura estética. Después, en el fragor de la batalla, era lo mismo de siempre y la televisión a duras penas conseguía salvar la vida encima de la nevera en el piso de San Pedro de Mezonzo. Sobre todo cuando Alfonso marcaba en el último suspiro. Ante la hombrada cañí, aún a sabiendas de que el destino estaba escrito, nadie podía resistirse. Siempre habría tiempo para el que se joda, por España. Yo, que considero todo patriotismo de mal gusto aunque no sea de cuartel y, además, creo que es una estupidez morir por una patria que no moriría por mi, aprendí entonces a hacer mía la frase de Albet Camus: "Patria es la selección nacional de fútbol". Y, por el momento, nadie ha conseguido ponerle remedio a lo que es un hecho.

Todo cambió hace dos años. No sólo porque la pelotita de los cojones entró, sino por como rodó antes de acabar en las redes. Fútbol, puro fútbol, sin más argumentos que el fútbol. Y sin otro significado que el que cada uno quiera darle. Albiol vino a demostrarlo, al buscar canguros en Austria. Por eso, desengañado y aburruido como estoy, cuando veo fútbol, he escogido no ver más que once contra once donde ya no siempre gana Alemania. Y las risas y las cañas y los abrazos. Puede ser cinismo, no lo niego. Pero soy mucho más feliz desde que leo el periódico hacia atrás y lo tiro cuando llegan las páginas de Política. Y, sobre todo, desde que no los hago. También creo que los cuatro gilipollas que hoy se disputan la presidencia del Barça, además de cobardes, son mucho más cínicos que yo.

Tanto cambió la cosa que el viernes a alguien se le ocurrió hacer la gran pregunta. Con quen vades no Mundial? Primero silencio, después, risa burlona y luego ,sinceridad ejem, ejem. Cada uno según sus circunstancias y todos a celebrar goles, como posesos, si se van ganando los partidos, "pero na casa", certificó Arizado. Con disimulo, reconoció Paulo. Sin salir del armario, en definitiva. Eso, ahora. Si llegara el 11 de julio, con dos huevos y mucha cerveza, como hace dos años. De momento, prudencia es lo que manda.

Yo, de aquí al final del Mundial sólo voy a escribir de fútbol, advertí. A Moncho le resultó extraño. El prejuicio quizás, que de vez en cuando sale a relucir. Yo me conformaría con escribir siempre de fútbol si fuera capaz de hacerlo como Enric González. Dibuje, maestro.

pd: de lo visto hasta el momento, poco reseñable, lo que hace más apetecible la puesta en escena de esos locos bajitos. Tres detalles de Messi, supuesto sucesor de dios, nada de Argentina y desparpajo de EEUU. Sobre EEUU, escribiré mañana.

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