lunes, 6 de septiembre de 2010

periodismo en viñetas

El cómic parece haber conquistado un lugar destacado en los medios de comunicación. Incluso da la sensación de que mucha de esta atención que ahora congrega tiene un punto de revelación. Parece que se han dado cuenta, por fin, de que el arte secuencial, como lo definió hace años uno de los maestros del medio, el norteamericano Will Eisner, está situado a la misma altura a la que los carteles de neón ponen al cine o las páginas culturales hacen lo propio con la literatura. Para poner punto y final a la marginación sufrida, en España, siguiendo el ejemplo previo de otros países, desde 2007 se otorga un Premio Nacional de Comic al mismo nivel que sus hermanos dedicados a las artes plásticas, el cine o la literatura. El reconocimiento oficial es el segundo paso hacia la normalización definitiva. Quedaba un tercero y es el que parece estar viviéndose en este momento. Avisó para el gran público no hace poco un importante suplemento literario de la prensa ordinaria. No sólo el cómic es capaz de tratar temas considerados serios —algo que ya se demostró hace años, pero nunca es tarde si la dicha es buena—, sino que ahora estábamos ante una eclosión de lo que dicha publicación llamó noticias dibujadas. Periodismo en cómics. Una novedad si no fuera porque hace años que las viñetas se vienen manifestando como un espacio propicio para el que García Márquez definió como el oficio más bello del mundo.

El cómic ha recorrido un camino largo y proceloso hasta su completa normalización. Mucho ha tenido que ver con su reconocimiento, en primer lugar, la generalización del término novela gráfica, una especie de certificado de calidad impuesto sobre un medio al que siempre se le ha exigido un pedigrí del que otros estaban exentos. El triunfo de la denominación tiene un punto de psicológico y otro, quizás el más importante, de comercial. Como toda industria, la del cómic, desde su fundación en el primer cuarto del siglo pasado, ha sufrido su propia evolución. Del periódico, la viñeta saltó al quiosco, y de este último a las librerías. Era difícil vender a un profano un cómic que se siguiera llamando cómic -tebeo, en el caso español-. Por lo tanto, asumimos el término prestigiado en el mundo de las letras, novela, y lo apellidamos gráfica porque, al fin y al cabo, se trata de dibujos. Pese a que hubo autores que con anterioridad utilizaron el término para referirse a sus obras, es al propio Eisner a quien se le atribuye su generalización en 1978. El creador de The Spirit colocó la expresión graphic novel sobre la cubierta -en la versión de tapa blanda- de su obra Contrato con dios. Detrás de este movimiento no había otra cosa que su intención de convencer a su editor para que publicase la que consideraba su mejor obra a pesar de su extensión y su claro desafío a las convenciones tradicionales del lenguaje del cómic. Hasta aquí la muy resumida explicación comercial. Por el mismo precio, tenemos la que tiene un carácter más psicológico. Un cómic con la etiqueta de novela gráfica conseguía que el mismo comprador profano de antes pudiera calmar su conciencia un tanto snob. Si se llama novela, pensará, no necesariamente tiene que ser un divertimento para niños. Al mismo tiempo, sobre todo a partir de los años sesenta y desde Francia, triunfó otra denominación, la de cómic de autor. Esta tiene mucho de mitificadora y, a la vez, reduccionista, como queriendo parcelar al medio entre el mainstream propio de los superhéroes y lo que no son encapuchados con superpoderes.

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