jueves, 29 de julio de 2010

aeropuerto

Ayer lo volví a comprobar en el momento mismo en el que puse pie en el aeropuerto de Detroit. Es llegar a suelo estadounidense y me entran unas ganas tremendas de hacer uso del excusado. Alguien puede pensar que es difícil controlar los impulsos corporales después de ocho horas de vuelo. Otros, más prácticos, simplemente pueden rendirse a la evidencia. Es ver delante las cabinas de frontera estadounidenses y a sus moradores y te vas por la pata.

Ayer, por enésima vez, me volvieron a mandar al cuarto oscuro. Previamente la misma pregunta retórica con la contestación impresa en letra arial y que puede leer el guardia de fronteras en la pantalla de su ordenador. Tu estudiaste aquí. Sí. Y hasta aquí ha llegado nuestra relación. Vas a tener que contestar otras preguntas aquí al lado.

Cuarto de al lado. Sala con mostradores y funcionarios a los que no se les entiende cuando hablan porque lo hacen sin mirarte, comiéndose las palabras, como si les constasen dinero. Mientras, escudriña el pasaporte, rojo, con la palabra ESPAÑA impresa en letras doradas. Uno llega a pensar que el tipo desea que sea falso para tener unas cuantas palabras en una de las salas cerradas. Quien dice unas palabras, en fin. Tres sillas a mi derecha, una chica llora a moco tendido mientras mira a su funcionaria, delante, a poco más de metro y medio detrás de un ordenador y hablando por teléfono. Alguien no va a entra hoy en EEUU.

Sir?
Si?
Su esposa es ciudadana americana?
Sí, digo mientras vuelvo a pensar en la pantalla del ordenador.
Y vivís en Italia?
No.
No? pregunta el tipo. Levanta la vista por encima de las gafas.
No. En España. En mi pasaporte dice que soy español.
Ah.

Fin de la conversación. Odio tener que explotar tópicos, pienso, mientras salgo por la puerta de la sala dejando atrás al funcionario y a la chica, que sigue llorando a moco tendido. Me espera el servicio.

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